Fragmentos extraños


En la pantalla, tanto de ellos como la mía, se ve a dos niños pequeños. Una niña morena y un pequeño rubio son presentados por sus padres e instados a jugar. Se suceden imágenes en columpios, pasto y baños en lagunas. La amistad crece y se consolida, hasta que tiempo después, ya en la adolescencia, los chicos/as del video se enamoran. Pero hoy, en el tempo actual de la serie (1999), están separados. Él encuentra de casualidad el VHS y lo observa con nostalgia. Decide ir a verla y entregárselo en un gesto de quien acaba de hallar un tesoro y desea compartirlo. El capítulo finaliza con ella sola en su pieza, observando las mismas imágenes, que quizá, ya no recordaba. La cámara hace zoom a su sonrisa y la pantalla se va a negro. Fin.

En el presente, y pocos días después, soy yo quien se da de bruces con el azar y el pasado. En el cajón de mi escritorio eterno (que me acompaña desde fines de los 90's) encuentro un cassette con canciones que grabé a mi hijo Fernando (hoy de 19 años). Sabía muy bien que no había perdido ese registro, pero hacía siglos que no lo oía. Le puse pilas a mi primera grabadora (obsequiada por mi padre para ayudarme en mi formación profesional) y me dirigí a ese pasado que no recordaba. La grabación no se oye en alta fidelidad, pero se distingue nítida la voz de mi hijo de 3 años (justo la edad actual de mi hija Celeste). También aparece mi voz y la máquina del tiempo se activa: estoy seguro que lo grabamos sentados en el living de la casa de mis padres en pleno 2005. No recuerdo el fin, pero de seguro mi deseo era quitarle un retazo a ese reloj que sólo sabe empujar hacia el horizonte y así poder revivirlo en el futuro.

Ahora, otro cassette. Pero este no está en mi poder. Afuera dice: "Canciones de Pedrito Alfonso para sus abuelitos y tías", cinta que permanece, bajo llave, en el hogar que antiguamente fuese habitado por mis tatas. Desde que falleció mi abuelita, esa casa no se volvió a abrir. Y me encantaría rescatarlo y oírlo para re-conocer mi voz de niño. Para situarme, otra vez, en esa niñez de la que, cada vez, conservo menos imágenes y escenas. La memoria es selectiva. Y traicionera. Y lamentablemente, no guarda archivos de los 2 o 3 años.

En el presente, y gracias a los avances científicos y tecnológicos, acumulo gigas de las escenas artísticas y divertidas que protagoniza Celeste. Ella podrá tener y ver un archivo sumamente amplio de su niñez cuando lo desee. Creo que le gustará, pero seguro se preguntará porque no salgo yo, ya que, al igual que con mis fotografías de infancia, los padres son -y somos-, generalmente, los encargados de oprimir teclas e inicar el click o rec para arrebatarle un trozo al tiempo y conservar algo y ayudar a la memoria traicionera. Esa misma que se consolida durante el descanso nocturno y que se va deteriorando con la vejez.

"Lo que se adhiere a la memoria son esos pequeños fragmentos extraños que no tienen principio ni fin", dice Tim O' Brien, señor que no conozco pero que sale citado en un libro de Alejandro Zambra que releí en el verano. Aquél día, volví a la cita una y repetidas veces, sin poder avanzar de páginas. Hacía calor y por momentos observaba cómo el viento hacía danzar las copas de los árboles de mi patio. Sentado bajo su sombra, intentaba darle forma mental a un fragmento extraño sin principio ni fin. Lamentablemente, no lo conseguí, pero anoté la frase y ahora la exprimo para poder darle continuidad a esta columna.

¿Nostalgia? Por supuesto. Según Wikipedia, "La nostalgia (del griego clásico νόστος [nóstos], «regreso», y ἄλγος [álgos], «dolor»), es un sentimiento de tristeza mezclado con placer y afecto cuando piensas en tiempos felices en el pasado (...). También se describe como la necesidad o aflicción de estar en «otra parte» u «otra condición», de superar la temporalidad y la finitud, de volver a la Ítaca de los orígenes (tal como los aluviones de su etimología griega – nosteo y algeo, «volver a la patria» y «sentir dolor» - lo indican)".

Me agrada esa mirada griega y filosófica de la nostalgia, más que cubrirla con el manto típico de tristeza y poca satisfacción con el presente. Quizá, la relaciono con el temor de olvidar mucho y pronto. Mi dañada memoria (por el multitasking laboral) de corto plazo enciende luces rojas con compromisos laborales y me dice que ya no recuerdo como antes. Pero, por el contrario, aún conservo diversas escenas, frases, sonidos, canciones y momentos, vívidamente. Hoy son datos que sólo me sirven a mí, y aunque a veces no lo desee, siguen flotando cerca de mi cabeza, y de vez en cuando, se dejan caer para despertarme.

En tiempos en que parece que todos/as compiten por ser y estar más felices en esa gigantesca vitrina de las redes sociales, resulta muy atípico rebobinar y darse una vuelta por el barrio de quien fuiste. A no ser que claro, halles una foto muy mona de tu niñez y la compartas convencido/a de que los likes chorrearán como maná del Antiguo Testamento. Pero bueno, cada quien es dueño/a de hacer cuánto se le antoje con su presente y su pasado.

Pero de lo que estoy seguro es que, aunque no se alumbre y se señale con fuegos artificiales, todo/as, en algún momento, gozamos viajando para "volver a la Ítaca de los orígenes". En lo personal, y creo que queda más que claro, me gusta visitar frecuentemente mi isla. Allí me siento seguro y tranquilo, y premunido de una capa de imaginación, soluciono conflictos, parcho heridas y vuelvo a gozar de los instantes plenos. 

Sí. Me gusta mi Ítaca. Y aunque no soy Ulises (ni por músculos, ni por valentía), creo que también pediré que me graben para salir en los videos. Así mi hija no me preguntará por mi ausencia en el futuro, y hasta quizá, le parezca bien aparecer cantando con un empeñoso partner. 

Futuro: estoy listo para extrañarte. Aún cuando sea mediante fragmentos extraños sin principio ni fin.


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