El silencio es hoy un bien escaso. ¿O una condición del
hábitat humano en peligro de extinción? ¿Cuándo fue la última vez que usted
calló para poner atención al otro o a los otros, para regalarle unos minutos de
validación?
Escena 1: Mi vecina de enfrente sube el volumen por
enésima vez, y por enésima vez no logro concentrarme en la película que deseo
ver. Por enésima vez me angustio al saber que no hallaré suficiente silencio
para conciliar el sueño a la hora que deseo.
Escena 2: Guy, el trompestista-protagonista de la
película "Guy and Madeline on a park bench" de Damien Chazelle (de
moda por estos días por la mundialmente alabada "La la land") -que
veo en los ratos muerstos, que son muchos, de mi jornada laboral estival- reflexiona
en voz alta mientras observa en la lejanía un automóvil con la música en alto:
"A eso me refiero. Las personas prenden sus radios tan alto como quieren.
(...) Es muy interesante... Nunca escuchas a nadie tocar a todo volumen a
Coltrane. O a Charlie Parker. O
a Billie Holliday. O a Bach. O la sinfonía de Mahler. Siempre es...
(imita el sonido de la música estridente). No lo sé. Quizás llegue el día
cuando escuchemos todo tipo de música a todo volumen".
Escena 3: Junto a mi oficina (en un tercer piso) se
instalan a medio día, de cada día (redundancia de por medio) un grupo de
estudiantes a jugar pin-pon. Gritan, garabatean. Creen estar en medio de la
nada, rodeados de objetos inanimados y sin audición.
Escena 4: Leo en una entrevista Cristian Warnken: "A
lo mejor, en un futuro no tan lejano, alguien va a vender silencio. Es un bien
muy escaso. La gente huye del silencio y se llena de ruidos para taparlo, para
no encontrarse con uno mismo, con el tiempo. Hay un pavor de enfrentarse al
silencio. ¡Qué triste que alguien nunca haya tenido una experiencia con el
silencio!
Yo necesito contar con bolsones de silencio, necesito
acumularlo. Y, cuando no lo encuentro, me voy, por ejemplo, al cementerio en
Valparaíso. Los cementerios de las ciudades son cápsulas de silencio. Pero uno
debería ser capaz de generar su propio silencio. Un alumno me contó que asistió
a una escuela tibetana donde construyeron el centro de meditación al lado de la
estación de ferrocarriles, en el lugar de mayor ruido y movimiento de la
ciudad, justamente para demostrar que uno podía conquistar silencio en medio
del caos de una ciudad. El silencio en esos casos te cobija, es una protección.
Yo consigo momentos de silencio propio en la lectura de la poesía”.
Escena 5: Desde hace aproximadamente unos 4 años la
situación es la misma: me enfado, me angustio, me desconcentro en una sala de
cine cuando la gente que se ubica en las proximidades de mi asiento habla a
destajo, comenta la película o se la va explicando a su compañero(a) a viva voz,
o hace sonidos onomatopéyicos para resaltar los instantes cúlmines o
sorpresivos (en algunos casos bastante obvios) de la historia en pantalla.
Escasean lo dedos en mis manos para relatar las veces en que un momento clímax
o un final han sido manchados por un desenfadado "wá",
"chá", "hiiiii..", "¡pero cómo!",
"noooo..".
Escena 6: Hoy leo un cómic de Batman y me sorprendo por
el origen y la pasión lectora del Espantapájaros, un enemigo más en la lista
del protector de Ciudad Gótica. Mientras se relata su origen, el hombre habla
de su pasión por leer y por el olor de los libros. Y cita a Shakespeare:
"El silencio es el perfecto heraldo de la alegría".
No tengo más escenas que citar o recrear. Sólo dudas que
se me anudan en mi rabia, decepción y en la depresión biológica que anido en mi
cerebro, según mi psiquiatra.
¿En qué momento se pudrió el silencio? ¿En qué instante
desapareció de la calle, de la convivencia social, de las tardes de siesta, de
las noche de descanso, de las salas de cine, de las iglesias o de los comedores
familiares?
¿Dónde puedo hallarlo a placer? ¿Cuándo la palabra
respeto -que podría ser pariente cercana del silencio- fue triturada del
vocabulario de la sociedad del país?
¿Cómo construir un bolsón de silencio en medio de la histeria
por tener, mostrar y luego ser, especialmente en cuanto a la música que
adoramos y que fácilmente nos gusta mostrar, sin permiso y a altos decíbeles a
los demás?
¿Eran los tiempos de antaño efectivamente más silenciosos
que ahora? ¿Realmente la gente disfrutaba o era feliz con cerrar los ojos y
concentrar el oído en el canto de los pájaros anunciando el final del día al
atardecer?
Es evidente. Tengo más dudas que respuestas. Y sólo
podría afirmar que Shakespeare estaría equivocado si estuviese aún creando
entre nosotros. Hoy los mensajes de felicidad provienen de fuentes muy
disímiles al silencio.
A mayor volumen, donde sea y no importando quién esté a
metros a mi alrededor, mejor.
Los demás no importan.. Tengo derecho a hacer lo que
quiera porque estoy en mi casa o pagué mi entrada.
Hablo y subo el volumen cuando quiero.
Y soy feliz.
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